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Por Katherine de las Nieves, arqueóloga, trotamundos y guía  de “Senderos y Cumbres”.

No cualquier día uno despierta para enterarse que fue invitado a una charla de Su Santidad el Dalai Lama.

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Llevaba unos días de retiro en el Instituto de Meditación y Estudios Budistas Tushita, en Dharamsala, perteneciente al FPTM

-Fundación para la Preservación de la Tradición Mahaya- cuando nos dijeron que los estudiantes habíamos sido cordialmente invitados por la casa de Su Santidad Dalai Lama a asistir a una charla especial para extranjeros.

Hasta ese momento había fantaseado con la idea de conocerlo en persona, y aunque en el fondo de mi corazón tenía una pequeña esperanza, no lo veía realmente posible. Estando en las mismas coordenadas, probablemente a metros de distancia y separados por los muros de su templo, es posible sentir el fuerte efecto que su presencia produce en el ambiente y en la gente. Dharamsala y sus alrededores son lugares especiales como ninguna otra ciudad que haya conocido en India.

Al escuchar la noticia, mi emoción fue tan grande que no pude contener las lágrimas. No soy una persona particularmente religiosa, pero la idea de que yo -la simple y común ciudadana de a pie, proveniente de un lejano país que para muchos de mis compañeros en Tushita es más Chili (ají) que Chile- estaría en presencia de una de las personalidades más importantes del siglo, era, como dicen los americanos, “mind blowing” y una gran bendición.

Mi meditación luego del anuncio fue monumental, muy enfocada y reveladora. Supongo que la fuerza de la emoción jugó su papel, pero a decir verdad las meditaciones analíticas son muy potentes: uno se concentra en un tema específico y trabaja para ir desarmándolo para que las capas de la cebolla vayan cayendo. Cuando se practica bien, es una forma muy íntima y efectiva de autoanálisis.

Los retiros del FPTM son conducidos en silencio, con el propósito de que uno pueda concentrarse en las enseñanzas y en las propias emociones, sin que el parloteo tome parte en nuestro enfoque. Por esta razón, cada sensación y cada pensamiento que surge durante esos días se ven amplificados, como si hubiéramos subido el volumen a nuestra mente.

Esa noche dejé todo listo y me fui temprano a la cama. Desperté a las 5:00 am y me quedé embelesada en ese estado en el que uno sueña despierto. ¡Ya se imaginarán con qué soñaba! Cuando llegué al baño, por primera vez en cinco días había fila para la ducha, Como si bañarse fuera un acto de ofrenda o algo parecido, todos los “jipis” de Tushita iríamos limpiecitos al encuentro.

La ansiedad me impidió tener una buena meditación esa mañana y me embargó una sensación de anticipación como aquella que, de niños, todos sentimos el día antes de Navidad. Y es que a quién no le ha pasado que espera semanas para un evento importante y cuando llega la hora de la verdad, la mente está divagando en frivolidades: si el auto estará bien, cuánto saldrá el estacionamiento, me veré bien con esta ropa, el comportamiento de fulanito y otro sinfín de nimiedades por el estilo.

Al llegar, la apabullante realidad cayó sobre mi cabecita: ser invitado a una conferencia pública en el Templo de SSDL, no es lo mismo que ser invitado a tomar el té. Ustedes dirán que es obvio, pero en mi pequeña mente esa parte aún no había hecho click. Había cientos de personas y largas filas, pasamos por un detector de metales y luego por una exhaustiva revisión manual, como si quien me palpaba fuera un artista ciego que iba a dibujar mi silueta basado en las impresiones de sus manos… ¡Uff!

Lo usual en estas conferencias para extranjeros es que antes de que comience, la gente se acomode por nacionalidad para que así SSDL pueda posar para una foto con cada grupo, idea que me pareció muy bonita y práctica. Entonces pensé: “¡Que suerte, Sudamérica tiene poca gente!”. Iba yo camino a la felicidad, cuando escucho que alguien dice: “Tushita por aquí, tienen una foto especial”. Ahhrrrgg: ese ego que todos llevamos dentro no demoró ni diez segundos en calcular que las 120 personas del grupo no íbamos a salir en la foto, ni tampoco a estar cerca a la figura de SSDL. Al final, es cierto que muchas veces actuamos impulsados por el egoísmo del “YO primero”. Intentando poner en práctica mis aprendizajes budistas, decidí pararme en una esquina donde tendría buena visión de SSDL aproximándose a nuestro grupo, pero estaba fuera de toda posibilidad de verme en la foto.

Hubo una conmoción entre la gente y supe que SSDL había salido por fin. Entonces comenzó a caminar por un largo pasillo, flanqueado por los diferentes grupos. Intenté hacer mi mejor movida de ballet y pararme en la puntita de los pies, pero con chalas es virtualmente imposible: el pobre dedo gordo no aguanta y se dobla. Vislumbré las primeras cabezas peladas y enseguida una lagrima comenzó a correr por mi mejilla derecha, tal como me pasa cuando uso bloqueador, pero no paró ahí: el ojo siguió lagrimeando sin parar y pronto el izquierdo también. Lo siguiente fue un escalofrío y una gran emoción: SSDL estaba ahí enfrente y podía verlo perfectamente; las lágrimas corrían como lluvia por mis mejillas. Sentí una emoción indescriptible y a la vez una pequeña vergüenza, porque en mi mente solo las señoras y las adolescentes lloran cuando ven a una celebridad. Sin embargo, me di cuenta de que yo también puedo llorar y que en este caso no era la emoción de conocer a un ídolo largamente esperado, sino por estar ante la presencia de un ser que mueve tantas energías positivas a su alrededor. Las ideas brotaron sin control en mi mente y di con la clave de lo que el budismo intenta enseñar: nuestras emociones nublan la naturaleza calma de nuestra mente y nos hacen sufrir de una u otra forma. No fue una epifanía, claro, ya que venía estudiando el tema hacía días y todo eso pasaba por mi mente a la velocidad de la luz, al tiempo que sentía la piel de gallina, lloraba y veía al Dalai Lama. Creo que en realidad fue un momento indescriptible o al menos ajeno a mis capacidades de escritora aficionada.

En medio de esa confusión mental, y de la alegría de la gente, llegaron un par de organizadores para preparar la foto y dijeron: “Aquí, en esta esquina se va a parar SSDL”. Mi reacción fue de una sonrisa inmediata: era mi esquina. Mi amiga Kasia estaba parada justo junto a SSDL y yo junto a ella. Mi primer pensamiento fue que el buen karma estaba funcionando para mí. No intenté destacar, ni tampoco buscar un buen lugar para la foto; simplemente escogí al azar y ahí estaba parada junto a SSDL.

Su charla empezó con una idea que, por su sencillez, me impactó profundamente. Los niños pequeños juegan unos con otros sin hacer distinciones de sexo, religión, nacionalidad, estatus social o color de piel; simplemente juegan y disfrutan de su compañía mutua hasta que entran en el sistema de educación formal y aprenden a elaborar casillas para entender el mundo que los rodea. Así comienzan a aprender culturalmente a discriminar. Su Santidad nos recordó que todos tenemos una responsabilidad individual en mejorar el mundo y nos hizo un llamado a poner atención en los sistemas de educación, a aprender lo que él denomina “higiene mental” y a impulsar materias escolares que incluyan aprender sobre nuestras emociones y su manejo. Un concepto sumamente atingente en los últimos años en Chile.

 

Fue un día en que la rueda del Samsara giró a mi favor para ponerme frente a frente al “camino del medio”, el camino del budismo, la renuncia del ego y la responsabilidad individual que todos tenemos sobre el futuro del mundo. Falta ver qué tal me va en ese recorrido, pero sin duda fue un día en que me sentí especial y bendecida. Un día para no olvidar nunca.

El día en que conocí a Dalai Lama

Video completo de la charla: dalailama.com bajo el nombre Individual Responsability for World Peace. https://www.dalailama.com/videos/individual-responsibility-for-world-peace)

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